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Rol del Trabajador Social en Salud Mental

Hablar de salud implica reflexionar sobre una cuestión multidimensional del ser humano, como individuo y como integrante de una comunidad. En una primera aproximación de la salud, puede ser entendida, según OMS, como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.

En este sentido, se puede decir que la salud es uno de los anhelos más esenciales del ser humano, y constituye la cualidad previa para poder satisfacer cualquier otra necesidad o aspiración de bienestar y felicidad, aunque la salud no puede ser identificada taxativamente como felicidad o bienestar sin más (Feito, 2000). Asimismo, la salud es el medio que permite a los seres humanos y a los grupos sociales desarrollar al máximo sus potencialidades. De hecho, la antropología de la salud ya no la consideran como una simple ausencia de enfermedad. No basta tener un cuerpo vigoroso o saludable; es preciso vivir en equilibrio dentro de él y con él.

En este marco, resulta sencillo deducir que la salud mental tiene un papel determinante en el bienestar personal. La Organización Mundial de la Salud define salud mental como “un estado de bienestar en el que la persona materializa sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir al desarrollo de su comunidad” (OMS, 2013: 42). Alrededor de 450 millones de personas sufren cada año enfermedades mentales. Esto significa que uno de cada cuatro individuos desarrollará un problema mental o de conducta al menos una vez en la vida, según datos de Gómez Parada (2017) basándose en la OMS. Queda patente, por tanto, la importancia de atender a la salud mental como parte de los programas generales de salud de las poblaciones.

El trastorno mental es un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento de un individuo, que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo que subyacen en su función mental (APA, 2014). Pese a la elevada variabilidad de sus síntomas, todos se caracterizan por una combinación de pensamientos, emociones, comportamientos y relaciones sociales anormales. Habitualmente los trastornos mentales van asociados a un estrés significativo o a una discapacidad, ya sea social, laboral o de otras actividades importantes. Para la OMS (2013), los determinantes de la salud mental y de los trastornos mentales incluyen no solo características individuales (tales como la capacidad para gestionar los pensamientos, emociones, comportamientos e interacciones con los demás), sino también factores sociales, culturales, económicos, políticos y ambientales tales como las políticas nacionales, la protección social, el nivel de vida, las condiciones laborales o los apoyos sociales de la comunidad.

Como señala Aguilar (2014) a lo largo de la Historia se les ha atribuido a las enfermedades mentales un origen sobrenatural o diabólico, por lo que el miedo y la desconfianza hacia las personas que las padecen ha estado presente. Así, la segregación y el aislamiento en manicomios y hospitales psiquiátricos ha sido la respuesta mayoritaria de las sociedades occidentales al tratamiento de los individuos afectados. Considerarles personas marcadas, señaladas y peligrosas era algo aceptado implícitamente por la sociedad.

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