A lo largo de la vida, el ser humano experimenta situaciones de pérdidas que llevan a un duelo, como es la pérdida de vínculos de afecto, de etapas de la vida, lugares u objetos. Estas pérdidas permiten tomar contacto con las propias emociones, encontrando un modo de afrontar las situaciones inesperadas, sirviendo a su vez como aprendizaje para experiencias de pérdidas futuras.
El duelo es un proceso por el cual transitará todo ser humano en distintas etapas de su vida, por lo cual, el modo de vivenciarlo dependerá de cada persona en particular, sus características personales, sus relaciones familiares, de su entorno y del vínculo establecido con lo perdido. Toda pérdida implica un gran desafío, donde la persona ya no está presente y no va a volver. Esta muerte lleva consigo cambios, desequilibrios tanto a nivel personal como familiar. Cuando fallece un ser querido se altera el equilibrio del sistema familiar y la consiguiente adaptación a la pérdida supone una reorganización, a corto y a largo plazo, en la que las etapas de duelo familiares e individuales se influyen recíprocamente. En ocasiones las pérdidas no causan una crisis, y si las condiciones resultan favorables y positivas, el duelo puede realizarse normalmente sin que la familia necesite ayuda especializada. Sin embargo, en otros casos, la muerte de un ser querido provoca una importante crisis vital tanto en el plano individual como en el familiar. Uno de los aspectos más afectados es la identidad de la familia y la de sus integrantes. La recuperación de la crisis requiere un proceso de transformación que incorpore la pérdida sufrida y que sirva de puente para acceder a una nueva identidad. La estructura del sistema familia, los roles desempeñados por el fallecido dentro de la familia, la calidad de la comunicación y del apoyo entre las personas que la componen y el tipo de muerte en el ciclo de vida familiar van a favorecer o entorpecer el desarrollo del duelo individual.
La finalización del proceso implica la aceptación de la ausencia del fallecido, aceptación que, en cierto modo, encierra una despedida. El perder a un hijo es una experiencia la cual acompaña toda la vida a quienes han sufrido dicha pérdida y la forma en que logren interiorizar este hecho determinará esta diferente y desconocida manera de volver a vivir sin ellos.